Así –pues también es presentado como el maestro de Pirrón, figura emblemática del escepticisimo–, Anaxarco un día se habría perdido y luego hundido en una ciénaga, mientras Pirrón pasaba por allí. El filósofo de la suspensión del juicio, de la duda, fiel a su indolencia filosófica y a su indiferencia existencial, habría dejado a Anaxarco abandonado a su desventura y seguido su camino como si nada... En lugar de disgustarse, enfadarse o sentirse resentido, el Bienaventurado elogia la impasibilidad, la flema y la gran sabiduría de Pirrón, que se había ido a cepillar sus cerditos, cosa que tanto le gustaba.