Nunca olvidaré la noche en que me despertaron los fuertes gemidos de un compañero agitado por alguna horrible pesadilla. Como siempre me han conmovido las personas que sufren pesadillas angustiosas, quise despertarlo. Estaba a punto de hacerlo cuando de repente retiré la mano, asustado por lo que iba a hacer. En aquel momento comprendí, con toda crudeza, que ningún sueño, por horrible que fuera, podía ser peor que la realidad del Lager a la que cruelmente iba a devolverlo.