Habría que hablar del placer de ser nómada, de estar siempre de paso, de descubrir lo que otras tierras y otros rostros van haciendo de nosotros, de conocer a la persona en que nos convierte el contacto permanente con la diferencia y la alteridad. El placer de no instalarse jamás, de encontrarse siempre a punto de partir, de vivir en la proyección constante de nuevos horizontes.