Aun así, la desestimación tajante y genérica de los escritos no canonizados traiciona un apriorismo metodológicamente indefendible. Ante todo, confunde una categoría teológica (canon) con una historiográfica (fuentes relevantes para el estudio de una figura histórica). Por supuesto, no hay razones a priori para suponer que los evangelios no canonizados sean menos atendibles como fuentes solo porque, por cualesquiera razones, no entraron en el Nuevo Testamento. Y es especioso aducir que los escritos no canónicos son menos fiables porque provienen del siglo II: el papiro Egerton es de principios de ese siglo, pero esta es la misma fecha que la del primer fragmento conservado del Cuarto Evangelio; los manuscritos más antiguos del Evangelio de Tomás y del Evangelio de Pedro (los papiros griegos de Oxirrinco) pueden datarse ca. 200 e.c., la misma época que la de los testimonios textuales más antiguos de Mateo y Lucas. Además, aun si los evangelios no canonizados fueron compuestos en el siglo II, podrían incorporar tradiciones más antiguas y fiables, al igual que Mateo, Lucas y Juan, confeccionados posiblemente a finales del siglo I, parecen contener sin embargo algunos datos históricos.