En «Elogio de la gula», Germán Carrera Damas emprende una deliciosa –nunca mejor dicho— cruzada de rescate y resemantización de la gula, confiriéndole la dignidad de ser redefinida como aquella actitud que se caracteriza por el pleno y absoluto goce de cuanto se hace, se acomete o se disfruta a lo largo de la vida.
Aceptar lo anterior requiere, para el autor, vencer al menos una muy arraigada convicción: la que reduce la gula a la categoría de pecado capital del cual resulta especialmente difícil rescatar a las almas que, por su designio y tentación, se dejan extraviar.
En este sentido, «Elogio de la gula» propone un verdadero menú de argumentos –históricos, filosóficos y gastronómicos— contra la «pretensión de reducir el área de ejercicio de la gula a la desmesurada ingestión, sea burda, sea refinada, de comida. Por esta vía se ha llegado al extremo de producir enredos teológicos capaces de desencadenar la exasperación de los encausados, al verse puestos en el inhumano trance de tener que escoger entre su Dios y su estómago, lo cual ni le hace honor a Dios ni favorece la digestión».
Así pues, entre espléndidos menús y sinsabores, este «Elogio» da cuenta de la biografía gastronómica de alguien que ha hecho de la gula un principio vital y que no separa en modo alguno la sensualidad del intelecto y la espiritualidad.