Triste manera de relacionarse con el mundo es la fórmula del ordeno y mando. Cuando no es dueño y señor de sí mismo, uno se enseñorea y se pone señoritingo, que es cosa bien distinta. El señor sabe estar (el señorío es, por definición, estar a lo que hay que estar), mientras que el señorito prefiere que otro dé la cara por él. Aunque varetazos y cornadas le surquen los muslos, el señor vuelve a la cara del astado sin tentarse siquiera. Hace suyos los medios porque vive para unos fines. El señorito, en cambio, quiere que todo sean medios para servir a sus fines.