Nunca he sido afecto a esa vanidad necrófila que lleva a tanta gente a inquirir el pasado y a quienes pasaron buscando las ramas y los injertos del árbol que ninguna botánica menciona: el genealógico. Entiendo que cada uno de nosotros es, por encima de todo, hijo de sus obras, de lo que va haciendo durante el tiempo en que por aquí anda. Saber de dónde venimos y quién nos engendró sólo nos da una leve firmeza civil, sólo nos concede una especie de lustre al que en nada contribuimos, pero que evita respuestas embarazosas y miradas más curiosas de lo que permitiría la buena educación