Silencio

Los adultos, desde luego, no juegan con muñecos. Más bien se ponen máscaras y se convierten en muñecos ellos mismos.

Los silenciosos espacios del capital protegen a los más pudientes del barullo de la pobreza, pero para los pobres, la batahola de la vida moderna —como otras formas de contaminación— es ineludible. Y a medida que el ruido sigue avanzando inexorablemente hacia los recovecos más pacíficos de la naturaleza, puede que hasta a los ricos se les termine haciendo imposible retirarse a un lugar silencioso

El ruido no solo es un tipo de contaminación a menudo ignorada, sino que hoy tiende a ser también lo que Les Blomberg, director ejecutivo de Noise Pollution Clearinghouse 6, llama “ruido de segunda mano”. Es cada vez más común que quienes lo sufren no sean quienes lo producen

Uno de los puntos fuertes de Why Noise Matters es que aborda la contaminación sonora como un fenómeno que abarca al mundo entero. Si bien no se trata de una investigación exhaustiva (ni pretende serlo), enfocar el problema a nivel mundial resalta las desigualdades entre las experiencias de la contaminación sonora que tienen los ricos y los pobres, los países desarrollados y los países en vías de desarrollo, y lleva a la pregunta de por qué no se estará haciendo más para combatir el ruido como una injusticia social. El ruido, como otras formas de contaminación, es un problema de clase.
Por ejemplo, una encuesta realizada por Ipsos MORI en 2003 reveló que casi el 20% de las personas en el Reino Unido con ingresos menores a las 17.500 libras esterlinas al año frecuentemente oían ruidos de sus vecinos, incluyendo el 93% de la gente en viviendas sociales. En cambio, solo el 12% de la gente con ingresos de más de 30.000 libras podía oír a sus vecinos.

Pero si el silencio enferma a los ricos, el ruido es una aflicción de los pobres. Alex Lockwood, en una reseña en el sitio Counterfire del libro Why Noise Matters, de John Stewart, editado por Earthscan en 2011, señala el efecto desproporcionado que tiene el ruido en aquellas personas que viven en la pobreza

Al parecer, los ricos están dispuestos a soportar hasta la náusea para darse el lujo del silencio

En 2014, por ejemplo, en un artículo comparativo sobre el consumo de combustible, la revista Road & Track llegó a una conclusión que nadie esperaba: “El auto a nafta más rendidor de los Estados Unidos no es el Prius. No van a poder creer cuál es”. La revista declaró vencedor a un Mercedes, y explicó: “No tenemos nada contra el Prius (es toda una maravilla tecnológica), pero es un auto creado solo para ser eficiente, y eso se nota cuando uno está al volante. En cambio, el E250, valuado en 52.634 dólares, es un auto de lujo, que por añadidura tiene un consumo bajísimo. Pesa 454 kg más que el Toyota, pero da la impresión de que cada gramo de esa diferencia se invirtió en reducción de ruido y lujo” 4. Cabe notar que la “reducción de ruido” es el único lujo que resalta el autor.

Así que el silencio, en mi experiencia, puede darse de dos maneras en un vuelo: como un lujo o como algo espeluznante. Pero este no es el único medio de transporte que exige un pago adicional para que sus consumidores eludan el ruido que produce.

Estos espacios, que las aerolíneas ofrecen a los pasajeros de primera clase y a los viajeros frecuentes con membresías anuales, dejan muy en claro, tanto en sus anuncios publicitarios como en sus discretos puntos de acceso, que segregar el ruido del silencio es una manera de segregar entre clase y clase.

Hoy en día el silencio también es una commodity, que se compra y vende a precios comparables con los de los bienes más codiciados. “Démonos el lujo del silencio”, escribe Jane Austen en Mansfield Park. Lamentablemente, el costo de ese lujo tiende a alejarlo cada vez más del presupuesto de la mayoría.