El esquizoide pertenece a esa categoría de personas que nunca olvidan, como el protagonista de Confesiones de un artista de mierda, que están compuestos de un noventa por ciento de agua o que lo que llaman su cuerpo en realidad es el módulo de supervivencia de sus genes. Un esquizoide, más que sentimientos de cara al mundo, pensamientos para asimilar esos sentimientos, frases para describir esos pensamientos y palabras para formar esas frases, combina incansablemente letras, veintiséis letras si es un hombre, o dos cifras, 0 y 1, si es un ordenador. No cree que piensa, sino que sus neuronas se activan; no cree que sus neuronas se activan, sino que obedecen a las leyes de la química orgánica. Así es, seguramente, como piensa o cree pensar una inteligencia artificial: en todo caso es la clase de pensamiento que uno podría introducir en su propio programa bajo la etiqueta «conciencia reflexiva». En fin, un esquizoide piensa como una máquina. Imagino que a Dick le hubiese alegrado saber que uno de los primeros cerebros artificiales capaces de ser sometidos con éxito a una versión poco elaborada de la prueba de Turing era un programa del MIT llamado Parry, que simula a un paranoico. Al fin y al cabo, no es algo tan difícil: Parry, al igual que un psicoanalista, responde a todas las preguntas con otras preguntas, o las repite; un gracioso propuso incluso crear un programa sin errores que simulase a un catatónico.