Hakan Günday nos ubica como lectores en una posición difícil respecto a los singulares personajes de esta novela, ya que parecen obstinarse en hacer casi imposible que empaticemos con sus actos y pensamientos. Asistimos a las conversaciones y escasas acciones de un grupo de bastardos en un Estambul alejado de cualquier imaginería exótica o turística. En Turquía un bastardo no es solo un hijo ilegítimo; también es bastardo aquel que traiciona y deshonra a su familia. Aquí tenemos a cuatro bastardos, cuatro inadaptados por pereza y no por ideales. De eso ellos no tienen, tan solo un desmedido amor por sí mismos y una visión sociópata de todo y todos los que los rodean. Malgastan su vida, malgastan dinero, malgastan a sus familias, malgastan a cualquiera que se cruza en su camino porque, tal y como podemos leer en sus páginas…
«Los bastardos tan solo respetan el amor que sienten por sí mismos»
«La relación de los bastardos con sus padres es tan fría como la losa de una tumba, tan cálida como la sangre recién derramada»
“Al contrario que el resto de la gente, los cuerpos y las mentes de los bastardos no cicatrizan. Solo sus almas lo hacen”