Ese término me pareció una manera muy acertada de caracterizar los asesinatos de las personas que matan una y otra vez y lo hacen de un modo bastante repetitivo, así que empecé a referirme a «asesinatos en serie» en mis clases en Quantico y en otras partes. La nomenclatura no nos pareció un asunto trascendental en aquella época; era simplemente parte de nuestro esfuerzo general por entender estos crímenes monstruosos, por buscar maneras de comprenderlos y, de ese modo, detener más rápidamente al siguiente asesino en serie.
Ahora, echando la vista atrás, creo que cuando acuñé el término de «asesinato en serie», también tenía en mente los seriales de aventuras que solíamos ver los sábados en el cine (el que más me gustaba era The Phantom —el Fantasma—). Cada sábado volvíamos ansiosos al cine porque el episodio de la semana anterior terminaba con una escena de gran suspense, que dejaba al espectador en vilo. En términos dramáticos, no era un final satisfactorio porque no disminuía la tensión, sino que la aumentaba. La misma insatisfacción tiene lugar en la mente de los asesinos en serie. El acto mismo de matar deja al asesino en vilo, porque el crimen no ha sido tan perfecto como en su fantasía.