Sin soporte iconográfico alguno a diferencia del Encuentro anteriormente mencionado, nuestro anónimo autor hace de la Muerte la protagonista de la obra en la que, a lo largo de los seiscientos versos dodecasílabos de que consta el texto, va dialogando con todas las figuras señeras de la sociedad medieval, desde el papa hasta un simple sacristán, desde el emperador hasta el humilde escudero o el mercader, el físico o el santero. La Muerte invitará a todos a su danza. De nuevo la misma imagen de siempre, la muerte nos iguala a todos.