gente devota, que va a cumplir mandas hechas a la Virgen de Ocampo. Unos, por hacer penitencia, bajan cargando vigas desde la Ermita —que es donde está el manantial de aguas milagrosas—, otros caminan descalzos un trecho sobre pencas de nopal, las mujeres cruzan de rodillas el atrio del santuario, que tiene piso de piedra pómez y cien metros de largo. El caso es llegar sangrando ante la imagen venerada: sólo así se tiene la seguridad de que ha sido uno perdonado o de que se le va a conceder el milagro