En El libro de las tierras vírgenes, Rudyard Kipling dota a los animales de palabra y hace que sean ellos los maestros de Mowgli en el modo de comportarse en la vida y en las actitudes que debe tomar frente al mundo. Así van surgiendo figuras que se ganan la devoción del lector hasta el punto de no poder separarlas de la persona de Mowgli, nuestro protagonista. El oso Baloo, la pantera negra Bagheera, la serpiente Kaa y el elefante Hathi, se convierten poco a poco en entrañables amigos en los que se ven representadas diversas cualidades y que servirán de guía del muchacho-lobo en sus peligrosos peregrinajes e incursiones por la selva. Ningún animal deja de tener su bondad, dentro del más límpido y genuino estilo franciscano. Únicamente Shere Khan, el ávido tigre que ya ha probado sangre humana, constituye el símbolo de la maldad. La fiera salvaje que tantas calamidades había perpetrado en los poblados indios continúa siendo en la ficción el prototipo inevitable del odio incontenible y de las intenciones perversas. Las historias de Mowgli no carecen de propósitos didácticos y morales, aunque el encanto poético y literario llegue a superar con mucho esta intrínseca finalidad. La simplicidad y el amor a la naturaleza, bellamente cantados y practicados por Francisco de Asís, penetran honda y suavemente toda la obra, creando un clima de bondad humana y de sincera comprensión con respecto a todos aquellos que se debaten bajo el dolor y el sufrimiento.