Y en esta atmósfera de oro, que desde el exterior parecía palparse, vagaba sin cesar, ilusionada, dejando escapar el tiempo, olvidándose del tiempo, sintiéndose gratamente imperceptible, curiosamente insignificante, inclinándose sobre las flores, dejándose traspasar por el sol, soñando en morir nuevamente, deseando morir todavía más, desvanecerse a la ventura y adquirir así otra forma aún más leve de vida, para así gozar mejor de su jardín y de su casa.