Y es Santiago, el viejo pescador, el que al luchar denodadamente contra el mar y los tiburones que intentan arrebatarle su presa, nos da la clave de la ética hemingwayana, en una sola frase: «Un hombre puede ser destruido, pero nunca vencido», Acaso sea esa creencia lo que ha permitido tantas veces a Hemingway, en el curso de su azarosa existencia, sonreír a la muerte como a una mujer.