Calma y serena, comienza: «No he ido a ver al sabio hakim, ni al mulá. Mi tía me lo ha prohibido. Asegura que no estoy loca ni poseída. Que no estoy habitada por un demonio. Que lo que digo, lo que hago, me lo dicta una voz de lo alto, es ella quien me guía. Esta voz que emerge de mi garganta es la voz sepultada desde hace miles de años».