Podrían reírse de sí mismos, hacer autocrítica, llorar en público, mostrar su vulnerabilidad, pedir ayuda cuando la necesitasen. No tendrían tanto miedo a hacer el ridículo y, por lo tanto, se divertirían mucho más. Se sentirían más libres, respetarían todos los modelos de masculinidad, no se verían obligados a adoptar el modelo hegemónico de masculinidad patriarcal.