. Ningún militar, ningún policía, algo sorprendente en una ciudad tan eruptiva, tan rebelde e insumisa, en la que, a la menor chispa, la gente se precipitaba hasta los despachos del gobernador para obligarlo a rendir cuentas. Costaba creer que fuera uno de los lugares más duramente reprimidos del país. Otro tema sorprendente: los habitantes de Saqqez rehuían mi mirada, mi conversación, mi persona, cuando en el resto de país, de Zahedán a Tabriz, la gente buscaba mi compañía: por primera vez desde que estaba en Irán, empecé a cuestionarme la frase que Bouvier colocó como exergo de su libro. Saqué algunas conclusiones precipitadas: si los kurdos mostraban tan poco interés por mí, es porque eran más ariscos, menos curiosos, menos hospitalarios que los persas. La verdad —no tardaría en saberlo— era que en Saqqez proliferaban los policías de paisano. Guardias de la Revolución sin uniforme, basiyíes de matute, y toda aquella gente de bien se fundía con la masa.