En 1850 Colombia era un lugar de gran agitación política, pero estaba lejos de ser el reino del horror en que se convertiría tiempo después. La vinculación a los mercados internacionales, uno de los sueños de esas mismas expediciones científicas del siglo XIX, tomaría la forma de una larga y dolorosa procesión de productos tropicales: quina, tabaco, café, esmeraldas, plátano, caucho y, por fin, nuestro producto estrella, la cocaína, que nos otorgó un dudoso rol protagónico en esos mercados.