Santiago, era distinto: era el hermano de Jesús. ¿Su hermano, de verdad? Exégetas e historiadores discrepan profundamente sobre este tema. Unos dicen que la palabra «hermano» tenía un sentido más amplio y se podía aplicar a los primos, los otros responden que no, que ya había una palabra para designar a los primos y hermano quería decir hermano, y punto final. Esta querella lingüística oculta evidentemente otra sobre la virtud de María y, como se dice en términos técnicos, su virginidad perpetua. ¿Habría tenido otros hijos después de Jesús, y por vías más naturales? ¿O bien –hipótesis transaccional– fue José el que tuvo otros hijos, lo que haría de Santiago un medio hermano? Se piense lo que se piense sobre estas graves cuestiones, hay una cosa cierta, y es que en los años cincuenta del siglo I nadie se las planteaba. No existían ni el culto a María ni la preocupación por su virginidad. Nada de lo que se sabía de Jesús se oponía a que hubiera tenido hermanos y hermanas, y es como «hermano del Señor» que se venera a Santiago, al igual que a sus compañeros del comienzo, Pedro y Juan