Hendrik Pfalzgraf soñó con ser profesor de piano pero jamás pensó que terminaría en Suramérica y moriría en Colombia. Huía de la guerra pero la guerra lo persiguió siempre. Su abuelo judío polaco, Jakob, se amarró un contrabajo a sus espaldas y viajó a pie durante varios días, por un camino enlodado de la vieja Alemania, para cumplir su destino: ser músico. Tocaba en tabernas marineras, en cantinas y quioscos, en manifestaciones sinfónicas dominicales pero el dinero escaseaba y su talento se perdía en el olor a cerveza. Al abuelo Jakob el amor le daba la espalda y las mujeres que se le acercaron tenían el corazón ocupado por recuerdos imposibles de derrotar; además, era un pretendiente vagabundo sin fortuna. En uno de los atrios donde daban un concierto de música húngara, apareció una señora diecisiete años mayor que el abuelo Jakob, pequeña y coja, que se dedicaba a la costura y, con su ternura de alegro ma non troppo, enamoró con pasión al joven aprendiz. Se casó con ella porque jamás envidió su talento y porque nunca competiría con él. Tuvieron tres hijos: Elizabeth, Friedrich y Hannes —hamburgués de 1879— el padre de Hendrik.
Premio Nacional de Literatura 2013
Fundación cultural Libros y Letras