Los mayores atractivos de los Epigramas son la admirable concisión expresiva y el ojo clínico para retratar todos los estratos sociales y morales (hasta los más bajos) de la abigarrada Roma de su tiempo.
El poeta hispano Marco Valerio Marcial (Bílbilis [Calatayud], h. 40 d.C.-103/104) viajó a Roma en el 64, donde vivió humildemente durante un tiempo; era pobre y se ganaba la vida con la poesía, por lo que dependía de protectores que no siempre se mostraban generosos, aunque su fortuna fue mejorando con los años y acabó regresando a Bílbilis para pasar sus últimos años en la paz de una granja.
Su obra principal son los Epigramas, poemas breves (alrededor de unos mil quinientos) en los que alcanza una concisión expresiva que le ha hecho célebre y retrata, a menudo con espíritu satírico (aunque sin dar nombres reales), los más diversos caracteres romanos contemporáneos: mercenarios, glotones, borrachos, seductores, hipócritas, pero también viudas fieles, amigos leales, poetas inspirados y críticos literarios honestos. Estas piezas ofrecen intensas visiones de la vida cotidiana en Roma, por lo que además del literario su obra posee un gran interés documental, con una amplísima galería de personajes de las más diversas clases, hasta las más bajas, y tipos sin moral ni reputación: desfilan por sus epigramas pícaros, aprovechados, cínicos, cortesanas y toda la diversa grey que formaba la gran metrópoli romana. Marcial no era virtuoso ni constante: los nueve primeros libros de los Epigramas, aparecidos en época de Domiciano, son aduladores hacia él; en los tres restantes condena al tirano y elogia a los nuevos emperadores, Nerva y Trajano. Si bien no llega a los tonos de amargura violenta de Juvenal, epigramista satírico algo más joven que él, puede ser implacable en su burla. Tanta dureza moral (propia y ajena) queda redimida por la célebre concisión sintética de los epigramas, y por el reflejo testimonial de tantísimos tipos romanos.