Si es imprescindible que las mujeres escriban, cabe esperar, al menos, que lo hagan buceando cada vez más hondo en su propio ser en vez de efectuar tentativas lamentablemente fallidas de evasión de sí mismas (ya la misma profesión literaria es una tentativa de evasión) que no la llevan tan lejos como se quisiera pero sí lo suficiente como para colocarla en un terreno falso que ni conoce ni domina. Lo que cabe desear es que invierta la dirección de ese movimiento (ya que no invierte la dirección del movimiento que la aparta de su feminidad confinándola a una mimetización del varón) volviéndolo hacia su propio ser, pero con tal ímpetu que sobrepase la inmediata y deleznable periferia apariencial y se hunda tan profundamente que alcance su verdadera, su hasta ahora inviolada raíz, haciendo a un lado las imágenes convencionales que de la feminidad le presenta el varón para formarse su imagen propia, su imagen basada en la personal, intransferible experiencia, imagen que puede coincidir con aquélla pero que puede discrepar. Y que una vez tocado ese fondo (que la tradición desconoce o falsea, que los conceptos usuales no revelan), lo haga emerger a la superficie consciente y lo liberte en la expresión