En este sentido, hay un contraste interesante en las posibles lecturas que se pueden hacer de la parábola del buen samaritano que Cristo enseña. Se trata de dos respuestas diferentes que se pueden dar a la siguiente pregunta: ¿quién es mi prójimo? La lectura tradicional explica que Cristo enseña a no hacer distinciones en función de la etnia o de la fe, y nos conmina a hacer el bien imparcial y universalmente. Pero de esta lectura se puede llegar a una moral de tipo consecuencialista, que ignore las obligaciones históricas que nos posibilitan hacer distinciones entre personas y comunidades. Hay otra lectura, sin embargo, que en mi opinión resulta más adecuada, según la cual el samaritano cumple una obligación específica en relación con una persona también específica. Ayuda en respuesta a una necesidad personal: no contribuye a la suma colectiva de bien, sino que responde a una obligación que tiene frente a un ser humano cercano a él que requiere su auxilio. Después de llevar al necesitado a una posada y pagar para que le cuiden, regresa más tarde para interesarse por él. El samaritano, en definitiva, asume un compromiso concreto y reconoce la situación en que resulta aplicable.