estratégica de la perspectiva narrativa. El narrador no es ya el adolescente imberbe que pasaba de mano en mano en la cubierta primigenia de las naos, “mandadero de putas y marinos, changador” (Saer, 2005: 10), sino un viejo insomne de mano ajada y temblorosa que, como Bernal Díaz del Castillo, empuña la pluma muchos años después con el firme propósito de intentar justificar