Un vez pasada la experiencia traumática de la pandemia, nos hemos preocupado por pensar esta experiencia a lo largo de la historia o, al menos, en alguno de sus hitos fundamentales; ello no abrió al concepto de “peste”, que se presenta ya en el Canto I de la Ilíada y que, a partir de allí, aparece como motivo literario y como espacio de reflexión que pone en contacto la fragilidad humana y la necesidad de expiación personal y social, que se impone desde el plano de lo divino. Fue necesario disponer de una perspectiva histórico-cultural renovada, cuando nos referimos a nuestro propio tránsito por la pandemia; en efecto, a pesar de que epocalmente no atribuimos a lo divino una acción punitoria, sin embargo, todo lo que podemos llamar “nuestro mundo” fue puesto a prueba y todos sentimos la maravillosa fragilidad de estar vivos y la fortaleza que es cambiar y adaptarse. El presente texto, entonces, presenta de manera sincrónica y diacrónica las consecuencias comunitarias de la enfermedad.