Simone Weil sufría de unos dolores de cabeza insoportables, para sobrellevarlos se aprendía de memoria esos poemas de amor a Dios, los recitaba para sí misma, se concentraba en ellos para disminuir el mal. Simone Weil guardaba su mal tan dentro de sí para no extenderlo. Para no ser partícipe de la metástasis social, lo apaciguaba con poesía. Esa era parte de su mística: saborear poco más que el dolor. Acomodarse en la miseria. Gozar del alimento falso que le proporcionaba la humillación.