surgían Iremongers sirvientes, también sirvientes personales, todo el mundo; estaba todo lleno de caras blancas y, a base de codazos, conseguí ver a qué se debía tanto alboroto. Y entonces, ay, sí, yo lo vi ¡con mis propios ojos! ¡Y también grité!
—¡Espantoso! —dijeron a su alrededor las Iremongers, erizando las plumas.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué había?
—Había... —empezó la Iremonger y, muy despacio, con la cara pálida y las manos temblorosas, dijo—: ¡Había una taza bigotera!
—¿Una taza bigotera? —pregunté—. ¿Qué demonios es eso?