Juntos estamos avanzando a gran velocidad por el carril rápido de una autopista que cruza la frontera de las creencias tradicionales, las religiones y los hábitos del pasado. Al hacerlo, estamos consiguiendo que desaparezcan los límites de lo que en su día pensábamos que era imposible. Estas experiencias tan importantes son nuestro pasaporte de entrada a un nuevo mundo que emerge ante nuestros ojos.
Entre las muchas incertidumbres que traen, sin embargo, hay una cosa que podemos saber con absoluta certeza: nuestras vidas están cambiando de tal manera y a tanta velocidad que no estamos preparados para ello. Y el mundo que veo emerger es un mundo donde la guerra ha quedado obsoleta y donde el uso de amenazas para solventar nuestros problemas ya no tiene sentido. Un mundo donde el deseo de cooperación es mayor que el miedo que nos conduce a la compentencia violenta. Y también veo un cambio en nuestra manera de pensar que hace de todo esto algo verdaderamente posible. Sin embargo, para lograr ese cambio, antes debemos empezar a reconocer las realidades que tenemos ante nosotros así como la promesa que éstas esconden. Un buen punto de partida es agradecer el hecho de estar viviendo en una época de extremos.