Aunque Internet tiene multitud de funciones, aquí nos detendremos exclusivamente en las escriturales, ya que éstas constituyen el eje central de nuestra reflexión. En este campo, Internet sirve para enviar mensajes textuales monodireccionales, personalizados y selectivos (cuyo ejemplo más obvio lo constituye el correo electrónico) y mensajes globales sin destinatarios específicos. Esta segunda función, que históricamente constituye la más novedosa, es la que ha recibido mayor atención y más cálidos elogios, como forma de «anarquía autogobernada» que satisface el «derecho a la autodeterminación informativa». Según esta perspectiva, Internet habría resucitado el principio democrático del ágora ateniense, ahora radicalmente desjerarquizada y a escala planetaria. Y aunque más cantidad de mensajes no significa más calidad, pero sí más oportunidades para la calidad, la sobreoferta de información equivale en muchos aspectos a desinformación y entropía, por no mencionar las aberraciones de sus eventuales detritus semánticos. Muchas veces, el navegante en la Red tiene la impresión de que hay mucha información y poco conocimiento, o información de mala calidad.