o no creo en el dicho: «Equipo que gana no se cambia», al contrario. Siempre estoy dispuesto a ponerlo todo en discusión. Así, cuando ascendimos a segunda, decidí que Righetti y Gabriele no seguirían. Siempre los había llevado conmigo, habían crecido a mi lado durante casi cinco años, pero en este punto nuestros caminos se separaban. En el fútbol, el dinero no es el objetivo, es una consecuencia que prueba el valor del jugador, pero ante todo está el hombre con sus valores. Righetti y Gabriele habían jugado un gran campeonato y el delantero incluso había marcado unos cuantos goles, pero ya no los quise: no pensaban en ganar, en jugar bien. Habían perdido el entusiasmo y se estaban volviendo vanidosos, perdían su generosidad y el respeto a las reglas. Si se pierde el objetivo de lo que se hace y la ética del juego, eso lo cambia todo. Pero ellos tenían otra cosa en la cabeza.