Pero, si hubiesen dicho a mi tía abuela que aquel Swann —que, como hijo de su padre, era perfectamente «apto» para ser recibido por la «alta burguesía», por los notarios o los procuradores más encumbrados de París, privilegio al que no parecía atribuir demasiado valor— tenía, como a escondidas, una vida muy diferente, que, al salir de nuestra casa, en París, después de habernos dicho que volvía a la suya a acostarse, daba media vuelta, nada más doblar la esquina, y se dirigía a determinado salón jamás contemplado por los ojos de agente ni socio de agente alguno de cambio y bolsa,