El caballero inexistente

Quizá no puede llamársele loco: es sólo uno que existe pero que no sabe que existe.

–¡Ésta sí que es buena! Este súbdito que existe pero que no sabe que existe, y ese paladín mío que sabe que existe y en cambio no existe. ¡Hacen buena pareja, os lo digo yo!

Por eso mi pluma se puso a correr en un determinado momento. Corría a su encuentro; sabía que no iba a tardar en llegar. La página tiene su bondad sólo cuando la pasas y está detrás la vida empujando y descomponiendo todas las hojas del libro. La pluma corre impulsada por el mismo placer que te hace correr los caminos. El capítulo que empiezas y aún no sabes qué historia contará es como la esquina que doblarás al salir del convento, que no sabes si te pondrá frente a un dragón, una banda berberisca, una isla encantada, un nuevo amor

A mí, realmente –estalló Turrismundo–, lo que me gustaría es ser yo el que poseyera, no ser poseído

Toda la naturaleza es amor

o sólo el cambiar de línea, y la pluma se vuelve pesada como una viga y la carrera hacia la verdad, incierta

Quizá la madre abadesa no haya elegido mal mi penitencia: de vez en cuando advierto que la pluma ha empezado a correr por la hoja como si estuviera sola, y yo persiguiéndola detrás

la ausencia del caballero inexistente fue considerada digna de silencio, como de común acuerdo.

De qué hablan los paladines cuando comen? Como de costumbre, presumen

A menudo el poder absoluto hace perder todo freno incluso a los soberanos más templados y genera abusos