Y vagamente, ella fue consciente de una de las grandes leyes del alma humana: que cuando el espíritu recibe un impacto hiriente, que no llega a aniquilar el cuerpo, el alma se recupera cuando el cuerpo se recupera. Pero solo en apariencia. En realidad, se trata únicamente del mecanismo del hábito reasimilado. Despacio, despacio, la herida del alma empieza a hacerse sentir por sí misma, como un moretón que poco a poco se convierte en un dolor insoportable, hasta que ocupa la psique en su totalidad. Y cuando creemos habernos recuperado y haber olvidado, nos encontramos con los terribles efectos secundarios en su peor expresión.