Seguía pensando que todo eso podía llevarlo al sufrimiento, a la decepción, al callejón sin salida afectivo más aterrador que existe. Sin embargo, tenía ganas de seguir ese camino. Tenía ganas de partir hacia un destino desconocido. Nada era trágico. Sabía que existían transbordadores entre la isla del dolor, la del olvido y aquélla, más lejana todavía, de la esperanza.