La reveladora

libro, grueso a pesar de que las páginas eran de papel cebolla, contenía veintidós años de la vida de Esther, contados por Russell Birch y luego, tras la muerte de Russell, por su hijo menor, Morgan, que por entonces era ya un hombre realmente viejo. Era lo más delicioso que hubiera leído jamás y eso que pensaba que no había nada mejor que Nancy Drew... Días después de la comunión, los pensamientos sobre Dios se habían desvanecido ya de su mente, pero cada vez que leía el Libro de Esther era como si volviera a arrastrarse a esa cueva

Era un monstruo. Así de simple. La pregunta era cuánto tiempo más podría vivir sabiendo eso

Era la tradición. Todos en el valle sabían que las Birch eran sospechosas

Bebed, chicos, pensó. Vais a tener sed en el infierno

—¿Qué somos? —preguntó Stella—. ¿Somos siquiera personas?

—Lo que somos —dijo Motty— es hermanas.

Stella lo entendía. Lo había descubierto en el momento en el que Lincoln la había mirado, en la carretera, y había visto el terror y la repugnancia reflejados en su rostro. Y no se equivocaba al temerla. Cuando había tenido que decidir entre él y su Dios, su cuerpo había sabido a quién pertenecía

Motty parecía ansiosa por contarle la historia, de una vez por todas. La blasfemia convertida en algo hermoso

Era su hija, dañada y rota, pero eso no la hacía menos preciosa.

—Todo lo que dije iba en serio. Sé que Lunk te quería.

Stella sintió que de repente la comida se le atragantaba. Parpadeó e hizo un esfuerzo por tragar.

—Creo que también lo asustabas, pero nunca dejó de adorarte. Durante esos meses en los que no querías verle tenía el corazón roto

—Solo espero que sepas distinguirlos —dijo Stella—. Ambos son seres sobrenaturales que quieren apoderarse de tu alma. A lo mejor te confundes.