Tras la Revolución Industrial, el mundo ya no volvió nunca a ser lo que era. Como escribió Carlo Maria Cipolla, uno de los historiadores de la economía más populares de todos los tiempos, un ciudadano romano de la era imperial que, por una inexplicable circunstancia, despertara en la Inglaterra de comienzos del siglo XVIII no tendría demasiada dificultad en adaptarse, pues el mundo apenas había cambiado en los mil setecientos años que separan ambas sociedades.