La peregrinación de Atlas al Jardín de las Hespérides fue sin duda su vivencia más maravillosa. Caminó ligero a través del mundo, talmente una columna alada, libre de su lastre, hecho de rocío, de aire azulino y de luz. Podía sentir la magnífica ingravidez de las cosas. Por primera vez en la vida, el maldito cielo le pareció etéreo, lejano y verdaderamente hermoso.
A su regreso, aturdido y feliz le dijo ingenuamente a Heracles que él en persona llevaría la manzana a Euristeo. El astuto héroe asintió, pero le pidió que sostuviera la bóveda durante el instante que necesitaba para recolocarse el cojín. Así lo hizo. Acto continuo, el héroe abandonó sin escrúpulos al titán y el viejo orden cósmico quedó restablecido.
Toda esta historia es poco edificante desde el punto de vista de la moral y, de tan mal gusto, que más vale no contarla en sociedad. No puedo entender por qué se la explicamos a los niños. Asimismo, cuesta comprender por qué el protagonista de