El ateísmo y la fe en Dios constituyen opciones humanas profundas de tipo filosófico y teológico, y no conclusiones científicas. La fe en Dios no necesariamente deriva de la ignorancia o de la opresión.
Es en sus dimensiones más profundas donde el ser humano decide creer o no creer. Estas decisiones pertenecen a la esfera de la libertad, en la medida en que los obstáculos a la libertad vayan siendo removidos, se ampliará su espacio de influencia. El hombre podrá decidir con más libertad, de forma creativa, con menos fetichismo y alienaciones su fe o su ateísmo.
Abstractamente, son concebibles tanto el ateísmo puro como la pura fe. En la práctica, ello no es posible, puesto que las interrogaciones sobre los complejos problemas de la vida humana y de la historia suscitan respuestas que inmediatamente son puestas en tela de juicio.
El ateísmo es un momento fundamental de la fe. Sin pasar por el mismo, la fe en Dios se convierte en fe puesta en un ídolo. De esta manera, pasa a ser un instrumento importante en manos de las clases dominantes que lo emplean para legitimar su dominio.
La fe es un correctivo importante para el ateísmo que, de lo contrario, puede culminar también en ídolos o fetiches. La fe introduce siempre el momento crítico, utópico, que ayuda a descongelar los momentos congelados de la idolatría.