Hacia el año 300 a. C. emergieron en Atenas, con pocos años de diferencia, distintas líneas de pensamiento: epicureísmo, estoicismo, cinismo y escepticismo. Nacieron como una valiente reacción a la profunda crisis social, económica y política del momento, así como a las necesidades intelectuales y espirituales que traían consigo. El cosmopolitismo y el universalismo de aquel momento dejaron al hombre en una situación de mayor libertad, pero también de mayor vulnerabilidad, en una encrucijada que a día de hoy aún nos apela. ¿Cómo encontrar nuestro propio camino? Las propuestas de la filosofía helenística siguen vigentes: una filosofía práctica que valga no en tanto que conocimiento mismo, sino como fundamento para asentar en él un tipo de vida libre y feliz; la construcción de un sistema de filosofía de partes interrelacionadas, coherente, sintético y orgánico; la atención a la persona singular y subjetiva, más allá del enfoque de la pertenencia a la comunidad.
Con la filosofía helenística nació el individuo que se preocupa sabiamente por su dicha personal y que desea llegar a sus propias conclusiones en los asuntos que le conciernen a él y a nadie más. Lo que buscaban y anhelaban era saber lo preciso para satisfacer lo que experimentaban como una necesidad acuciante: llevar una vida feliz conforme a la naturaleza humana. Este hecho revolucionario, que solo pudo darse en el espíritu griego, ahora se descubre como un inquebrantable apoyo para pensar y vivir en (nuestros) tiempos de crisis.