La otra posición es aceptar que gente común y corriente es lanzada a situaciones extremas y delirantes como consecuencia del ritmo de vida que estamos llevando. ¿Me entiendes? Sólo importa el dinero, la clase social, nadie habla ya con sus vecinos, la familia está desintegrada, no hay empleo, vivimos en grandes ciudades y entre multitudes pero sin amigos y cada vez más solos. Hasta que alguien, como si fuera un termómetro social que mide la irracionalidad general, estalla, mata, atraca un banco o se lanza desde un puente. Si pensamos de esta manera, la responsabilidad de esos delitos es nuestra, de todos, pues estamos construyendo un monstruo que va a terminar tragándonos y destruyéndonos.
—Creo que exageras, como siempre. Porque la presión es la misma para todo el mundo. Entonces por qué hay unos que estudian y trabajan y llevan una vida normal, y otros que terminan secuestrando o masacrando a sus congéneres.
—Grados de sensibilidad. Unos se dejan embrutecer con facilidad, y los otros, que son más sensibles y a veces más inteligentes, no pueden más y explotan.