María Ángeles Pérez López (1967) nos ofrece su trabajo quizá más depurado: sin renunciar a sus marcas de estilo –un lenguaje rítmico y ceñido, trufado de imágenes brillantes y poderosas–, Pérez López parte del motivo de los metales de los instrumentos y herramientas de trabajo para acercarnos una realidad cotidiana tan áspera como enigmática. Una poesía barroca y a la vez indignada, inconformista, tan capaz de hablar de las cuchillas en las vallas de Melilla como del bisturí del cirujano o la hoz del campesino. Una poesía, como dice Juan Carlos Mestre en su prólogo, «de las correspondencias éticas y los reflejos de lo compasivo, del lamento solidario y la memoria de los sentimientos», que logra ser al mismo tiempo música de altos vuelos y rastro imborrable de nuestro paso por el mundo.