Sócrates ofrece, de hecho, una imagen con la que ya estamos familiarizados: la de ese consumidor receloso, crónicamente insatisfecho, permanentemente malhumorado y discutidor. Cada vez que Sócrates se pone a escuchar los bellos discursos de los sofistas, arruina el buen clima encontrando algún déficit o insuficiencia lógica que de no ser por él no le hubiera interesado ni molestado a nadie. Solemos toparnos con este tipo de figuras en nuestra cotidianeidad, en negocios, hoteles y restaurantes. Están siempre insatisfechos, les gusta discutir con el personal y les ponen los nervios de punta a otros consumidores.