Una novela fulgurante y llena de esperanza, ambientada en un Japón postapocalíptico tras una catástrofe ecológica.
En el futuro inconcreto en el que está situada esta historia, Japón ya no existe de puertas afuera: una catástrofe de la que nada sabemos ha causado un colapso medioambiental que le ha obligado a cerrar sus fronteras al resto del mundo. El país entero está contaminado, la gran mayoría de las especies animales se han extinguido y la comida se ha convertido en un bien escaso. Las ciudades se han despoblado debido al riesgo de la polución y mucha gente se ha ido a vivir a las periferias, en lugares remotos y aislados. La vida ha ido mutando (aunque el Gobierno ya ha sustituido el término «mutación» por el de «adaptación al medio ambiente»): los hombres tienen la menopausia, todo el mundo cambia de género al menos una vez en la vida, la tecnología ha perdido su foco, el lenguaje ha degenerado y las palabras caen cada vez más rápido en desuso. Los niños que nacen lo hacen débiles y enfermizos, y son los abuelos, que por lo general superan con creces los cien años pero aún conservan un gran vigor, quienes tienen que ocuparse de ellos. Así, la novela resigue un día de la vida del joven Mumei, un adolescente encantador y lleno de esperanza que, en medio del sinsentido que lo rodea, aún ve el mundo con los ojos de quien lo mira por primera vez, y de su bisabuelo Yoshiro, un anciano que vive con la eterna incerteza de lo que el futuro le depara a su bisnieto.
El emisario es una novela fulgurante, construida a partir de una prosa etérea y envolvente, llena de una extraña belleza que conjuga las contradicciones que la vida ofrece a sus protagonistas; una belleza teñida de nostalgia, pero también de la punzante esperanza de los que creen que no está todo perdido, todavía.