En 1907, Kazantzakis se trasladó por vez primera a París. Allí escribió su tesis doctoral (Nietzsche en la Filosofía del Derecho y del Estado) y pudo conocer de cerca la vida y el pensamiento de la joven comunidad griega establecida a la sazón en la bullente capital francesa. Sus observaciones, su capacidad para mirar en el interior de los hombres, para conocer el mecanismo de sus almas, le permitieron trazar con precisión de delineante el perfil de sus coterráneos. La mayoría, sin aleteos ni ideales, ofrecía, al decir del cretense, un triste espectáculo para el que ningún hombre hallaría consuelo. Solo una minoría escapaba a esta consideración; una minoría rebosante de sueños e ideales, pero no siempre capaz de hallar armonía entre sus alas y sus deseos. Solo aquellos que lograran levantar sus sueños sobre realidades factibles estarían llamados a portar la luz pascual y redentora. Quienes lo hicieran sobre nubes se verían indefectiblemente abocados a una cruel y estrepitosa caída, a un fracaso sin duda funesto. Serían los condenados, los miserables, las almas rotas, y a ellos precisamente dedicó Kazantzakis esta novela, publicada por entregas en la revista ateniense Numás entre 1909 y 1910 y que hasta hoy había permanecido inédita en España (Ginger Ape B&F presenta a sus lectores una edición ampliada de Almas rotas a partir de la publicada en 2007 por Ediciones Kazantzakis). Almas rotas es la historia de «aquellos que quieren y no pueden. Sus deseos, deseos de águila, y sus alas, alas de mariposa. De Orestis, que desperdicia su juventud en quijotescos alabartrastazos; de Jrisula, a la que es imposible soportar por mucho tiempo el espectáculo de la vida; y de Gorgias, que navega a la deriva por mundos hermosos pero inexistentes» (Nikos Kazantzakis).