y ese miedo irreverente
vertiginoso a tu ausencia
a que una noche tus ojos cierren la tristeza de los años
la fatiga de la madrugada
del grillo
del canto
y que al despertar el silencio habite ya tu piel de niña
y tu sangre de río
y tus ramas nacientes
y que esa mirada enterrada hoy desde la inmensidad de tus noches
sea entonces sólo el destello de una ciudad lejana
el astro que nadie recuerda