Haber tenido una infancia desgraciada no significa, ni mucho menos, que la hayamos almacenado conscientemente como tal en nuestra memoria. Nuestros mecanismos de supervivencia tienen que hacer desaparecer de nuestro consciente el hecho insoportable de haber quedado impotentes y desamparados, para que el miedo, el dolor, la vergüenza, la sobreexcitación y la incapacidad de comportarnos correctamente en entornos traumáticos no nos hagan desmoronarnos o perder el contacto con los grupos sociales a los que pertenecemos.