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  • Grullohas quoted5 years ago
    La primera vez que te enamoraste de un hombre, te deslumbró su falta de cuestionamiento. Su presunción de certidumbre. Él decía —no preguntaba—: vamos a comer, vamos al cine, vámonos de viaje el fin de semana. Y llamaba a su agente y compraba dos tiquetes de avión. Como si para llevar a cabo ciertas acciones no hiciera falta: 1) involucrar al otro y 2) dinero.

    La última vez que te enamoraste de un hombre, te deslumbró todo lo contrario.
  • Grullohas quoted5 years ago
    Estás enojada. Hace mucho que estás enojada.

    Antes, el enojo era una sensación rastrera que circulaba por tu cuerpo como un gel ardiente que te quemaba las arterias. Ahora, el enojo es un cuerpo compacto que se ha instalado en la boca de tu estómago y pide salir. Todo el tiempo. Duele como haberse tragado una piedra tan grande que te preguntas cómo fue que pasó por tu garganta. No pasó nunca. Nació y creció allí, y te hace querer vomitar cada vez que chocas con algo que lo irrita.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quoted23 days ago
    Mire, monseñor: yo a usted lo admiro mucho y lo quiero enormemente, pero usted está completa e insalvablemente senil, dijo María Elena, arrepintiéndose un poco del tono en que lo dijo, aunque no del contenido.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quoted23 days ago
    abrirlos, sin embargo, Lorencita aún no se acercaba, y bajo la luz ondulante de los velones, lo miraba desafiantemente, echando rápidas miradas al bolsillo del obispo.
    El obispo carraspeó y con un gesto de la mano le ordenó acercarse a Lorencita.
    Pero ella no cedió.
    El obispo se vio, por primera vez en años, sin un plan.
    ¡Las hostias, niña!, susurró por el costado de la boca.
    El-trom-po, respondió Lorencita moviendo los labios sin emitir sonido alguno.
    ¡Las hostias, carajo!, susurró el obispo enfurecido.
    ¡El trompo!, insistió Lorencita con los labios.
    Los fieles empezaron a carraspear, y el obispo volvió a levantar e
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quotedlast month
    que hacía, untándose menos años, untándose una piel lisa, untándose juventud. Sabiendo para qué servía exactamente cada una, dónde la había comprado, cuánto había costado, quién se la había recomendado, qué le iba a transformar, quién la iba a mirar. Sus cremas eran su belleza. No saber untárselas, una desgracia. Un no poder volver, una vejez certera, un volverse un monstruo.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quotedlast month
    desmaquillarse y a echarse las cremas de la noche. Para mi abuela, no hay nada más importante que la belleza, la que no muere, la que uno cree que no muere. Ella recuerda cómo se sentía estar ahí, sabiendo exactamente
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quotedlast month
    Antes, el enojo era una sensación rastrera que circulaba por tu cuerpo como un gel ardiente que te quemaba las arterias. Ahora, el enojo es un cuerpo compacto que se ha instalado en la boca de tu estómago y pide salir. Todo el tiempo. Duele como haberse tragado una piedra tan grande que te preguntas cómo fue que pasó por tu garganta. No pasó nunca. Nació y creció allí, y te hace querer vomitar cada vez que chocas con algo que lo irrita.
    1 ~ Comentarios vacíos.
    2 ~ Agresiones silenciosas.
    La humanidad se erige sobre esos dos grandes vicios.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quotedlast month
    Usualmente miraba a Fausto para obtener todas las respuestas acerca del mundo, pero esta vez solo pude mirar hacia otro lado, hacia las vías del tren, donde se proyectaban las sombras de algunas ratas gordas cruzándolas.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quotedlast month
    Nos merecíamos este dinero. Éramos gente buena. Todo lo que Fausto y yo queríamos era estar juntos. No se puede ser más honesto que eso.
    Con la sabiduría que algunos años de más me han dado, ahora les puedo decir que si el amor es ciego, la esperanza y la fe son sus primos sordos y mudos.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahas quotedlast month
    cabeza de nuevo hacia sus padres. Natalia, que hasta el momento había acompañado su discurso gesticulando en silencio, lo alentó a continuar, moviendo su boca para dibujar las palabras que faltaban. Pipe continuó: le fallé al equipo, me fallé a mí mismo; por eso estoy aquí, asumiendo mi error y pidiendo disculpas.
    A la declaración de Pipe le siguió una efusiva felicitación del profesor Hurtado. Se acuclilló para quedar a su altura y lo abrazó; acto seguido, alzó su voz y remató: ser líder es reconocer también cuando se falla. Después surgió en forma intempestiva una algarabía de parte de todos. Sentí cómo algo vital dentro de mí se arruinaba poco a poco. A mi lado estaba Sora, aturdida como yo por el aplauso sostenido del equipo; entonces me tomó la mano y la apretó muy fuerte, como diciendo ven, amor, estamos juntos en esto.
    Y ahí seguimos un rato más, rehuyendo juntos la mirada de nuestro hijo. ¶
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