Dios mío, el matrimonio. No, no era culpa del matrimonio. Por donde fuera que se lo mirase, no existía institución capaz de reemplazarlo. Pensándolo bien, solo quedaba el matrimonio, y cuando se lo pensaba bien, por Dios, ¿eso era todo? Eso, y criar una familia. Eso, y ganarse la vida. Eso, y llamar a la funeraria.